Gonçal Mayos PUBLICATIONS

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ht tp://orcid.org/0000-0001-9017-6816 : BOOKS , BOOK CHAPTERS , JOURNAL PUBLICATIONS, PRESS, Editor, Other translations, Philosophy Dicti...

Jan 16, 2013

VÍDEO: COMPLEJIDAD COGNITIVA Y VITAL: FUENTE DE IGNORANCIA


¿Se puede vivir el conocimiento como ignorancia? ¿Se puede vivenciar todo un larguísimo proceso de aprendizaje y formación como desconocimiento e incultura? Hoy estas preguntas no son un mero juego ni ningún divertimento, y su respuesta suele ser: sí.

Aunque sorprenda, en la "sociedad del conocimiento" cada vez más gente vive bajo una constante y creciente sensación de ignorancia. Hablamos de gente "exitosa", bastantee culta y profesionalmente eficaz y no de los famosos "ni-ni", que no trabajan ni estudian, que no se sienten capaces ni de trabajar ni de  estudiar. En la "sociedad del conocimiento" las dos cosas se parecen mucho, pues la mayor parte de los trabajos requieren cierta capacitación cognitiva y habilidad de aprendizaje para mantenerse al día de las contínuas novedades.

Paradójicamente y a pesar de las poderosísimas tecnologías de la información y la comunicación (TIC), las generaciones cognitivamente mejor formadas en la historia de la humanidad se terminan sintiendo ignorantes, incultas y desconocedoras de demasiadas cosas. Perciben que su destino cognitivo se les termina escapando, que no lo pueden controlar, que ni tan siquiera pueden preverlo o prevenirlo.

Es cierto que la sociedad del conocimiento y sus tecnologías les han facilitado el acceso a una cantidad de información increíble y en continuo crecimiento. Pero también es cierto que ello ha evidenciado la imposibilidad individual para estar a la altura de la total producción cognitiva y cultural de la humanidad.
Laboralmente la sociedad del conocimiento ha aumentado la exigencia de una formación avanzada en nuevas tecnologías y otros saberes que se transforman a una enorme velocidad. Precisamente ese cambio acelerado amenaza la profesionalización tan arduamente conquistada. La obsolescencia laboral es un peligro que la actual crisis económica ha magnificado, pero que continuará cuando –finalmente- esa terrible crisis remita. Y eso no es nada tranquilizante. Como destacó la socióloga Marina Subirats en el debate de la Biblioteca Central de Córdoba: la nuestra es una de las sociedades de la historia con mayor tasa de stress.
Ciertamente, no es la única causa, aunque sí una de las más importantes en lo profesional y laboralmente. Pues todos estamos en una especie de carrera sin fin por formarnos y estar a la altura de los cambios acelerados en la “sociedad del conocimiento”. Por eso, al menos en los momentos de debilidad, todos nos sentimos al borde de la ignorancia o presos de crecientes lagunas de incultura.

El ingeniero de telecomunicaciones, Antoni Brey intentó rebajar la angustia recordando que ya tenemos mucho de ganado simplemente recuperando la cultura del esfuerzo y procurando mantener el nivel en matemáticas (especialmente estadística, dijo), en inglés (la lengua de la globalización, insistió) y una buena capacidad expresiva tanto por escrito como oralmente. Pero ya sólo eso es un reto enorme para gran parte de la población y –con el tiempo y la edad- para todos. Pues se dice que se tendrá que incluir algunos conocimientos de chino -¡nada menos!- y la competitividad laboral hace que la hiperpreparación sea habitual, pues las empresas se cubren con ella las espaldas ante futuras necesidades. Por otra parte Brey dio por supuesto el conocimiento de las bases tecnológicas de las TICs e informática, así como la capacidad de continuar aprendiendo y mantenerse por tanto en la ola del cambio.

No es ello nada fácil, pero además el público (a solicitud de la periodista Marta Jiménez) añadió nuevas exigencias y complejidades a la sociedad del conocimiento y al “saber hacer” que todos necesitamos. Pues ese tan necesario “saber hacer” (que debería suponérsele a la “sociedad el conocimiento”) en realidad nos falta, carecemos totalmente de él, al respecto (todavía o más conscientemente que nunca antes) vivimos en una “sociedad de ignorancia”.

En esa línea, tres lúcidas voces del público cordobés añadieron sendas importantes y muy razonables denuncias (a las que, por cierto, prometí una respuesta más meditada). En primer lugar recuerdo la crítica a la hoy generalizada incultura respecto la gestión de las emociones. Tiene toda la razón la joven cordobesa que formuló la cuestión. Ciertamente, la sociedad del conocimiento tal como hoy la entendemos no se preocupa demasiado por capacitarnos en esas direcciones. Aunque las presupone cuando exige a los trabajadores gran capacidad de comunicación empática, tranquila (cool) sociabilidad incluso en medio del conflicto y para trabajar eficazmente en equipo. Y eso tan sólo (como destacó también la joven) por lo que respecta a lo laboral, menospreciando absolutamente la necesidad humana de construirse a sí mismo como persona y, por otra parte, para relacionarnos colectivamente de una manera más harmónica y menos autoritaria o agresiva.

Hay que reconocer que respecto la cuestión clásica de la “vida buena” (no tanto la “buena vida”) más bien estamos en la sociedad de la ignorancia que no del “conocimiento”. Significativamente Marta Villaseca tituló “El saber ya no da inteligencia” a su sección “Contracorriente” del diario Córdoba. Claramente incluía en eso que no termina de dar hoy el saber a la “Inteligencia emocional” tan estudiada desde el famoso libro de Daniel Goleman. Y en Cordopolis, Manuel J. Albert considera que estamos “perdidos en un universo de conocimiento”.

En definitiva, tras el mucho conocimiento, hay poca inteligencia para saber vivir; poca “gramática parda” como siempre dice Mayte Duarte. No es extraño pues que la sociedad del conocimiento lo sea también de las terapias, la autoayuda, el psicoanálisis, el coaching… como comenté con un joven cordobés al final de la charla y como ha estudiado magistralmente Eva Illouz.

También se denunció la incapacidad (que sobre todo lo es del sistema económico-social vigente) de la “sociedad del conocimiento” para vivir con menos injusticia y crueldad social. La incapacidad (culpable diría Kant) de vivir sin caer en la más brutal competitividad ni en la esclavitud a unos mercados que sólo piensan en el mayor beneficio. La incapacidad para pensar que el saber, el conocimiento y la cultura pueden ser sobre todo un aliciente para vivir y para convivir mejor. No son tan sólo una obligación del buen profesional y la condición imprescindible para quien quiera encontrar un trabajo.

Ya percibí esta sensación en la chala-debate que me pidieron los indignados de “Occupy Plaça Catalunya” ya en mayo del 2011. Pues, la cuestión decisiva y última que debería responder la “sociedad del conocimiento”, y a la que se muestra totalmente indiferente cuanto no refractaría, es: ¿cómo podemos construir una sociedad mejor, más sana, más justa, más sostenible y más realmente democrática para las personas que la habitan.

Como puede verse en el video de la charla, en los minutos extras que nos concedió su organizadora Ana Rivas, tan sólo pude alegrarme públicamente de que tales lúcidas preguntas fueran formuladas. Recordando que en otros tiempos no tan lejanos, si llegaran a poder formularse, tendrían respuestas tan obvias como frustrantes y autoritarias. Por ejemplo: el principal mecanismo de administración de las emociones es la represión y su negación; nuestro mundo es un valle de lágrimas donde a cada uno le toca un lugar social, al que debe ceñirse; el mejor principio de “inteligencia social” es obedecer al que manda, etc.

Visto desde esta perspectiva, el actual desánimo, stress o miedo a la ignorancia tiene también un aspecto positivo –dije-. Pues nos muestra que las posibilidades son (y no tan sólo mentalmente) muchas más que antes. Nuestra sociedad se ha vuelto mucho más compleja y eso nos desespera, genera la sociedad del riesgo teorizada por Ulrich Beck y lo que Erich Fromm llamó el “miedo a la libertad”. Pero también nos ofrece opciones y posibilidades de las que no dispusieron nuestros padres o abuelos.

Es cierto que muchas opciones abiertas con pocas coordenadas predefinidas, generan frustración. Hoy lo conocido por la humanidad en conjunto, difícilmente puede ser conocido por ninguno de sus miembros individuales. Ello nos angustia profundamente pues –como decía Aristóteles- los humanos naturalmente quieren saber (¡espontáneamente queremos siempre saber!) y además -es cierto- que la competitividad profesional y laboral nos obliga a una carrera agotadora y, en última instancia, inevitablemente condenada al fracaso o a ser abandonada.

Por una parte hay que aprender a vivir con ello, pues la “sociedad del conocimiento” ha venido para quedarse, ya sea para bien como para mal. Pero por otra parte, saber humildemente que ello nos aboca de alguna manera a ciertos, inevitables y siempre relativos desconocimiento, incultura o ignorancia… puede tener un gran valor liberador. En ello insistimos Marina Subirats, Toni Brey y yo mismo… además está en la base del libro La sociedad de la ignorancia, y el público de Córdoba nos demostró que tal liberación es posible. 
Vídeo 1 del debate 
Vídeo 2 del debate

Ver también:
las reseñas y noticias:
- http://www.nuevarevista.net/articulos/goncal-mayos-y-antoni-brey-eds-joan-campas-daniel-innerarity-ferran-ruiz-marina-subirats-l
- http://www.sarasuati.com/resena-de-la-sociedad-de-la-ignorancia/
- http://www.elcultural.com/revista/letras/La-sociedad-de-la-ignorancia/29182

los posts:
- http://goncalmayossolsona.blogspot.com.es/2016/10/verdad-hielo-fragil-y-pendiente.html
- http://goncalmayossolsona.blogspot.com.es/2013/01/complejidad-cognitiva-y-vital-fuente-de.html
- http://goncalmayossolsona.blogspot.com.es/2013/05/postdisciplinar-el-conocimiento-que.html

7 comments:

Rafael Granero Chulbi said...
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Rafael Granero Chulbi said...
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Rafael Granero Chulbi said...

(1 de 2)

La respuesta a la pregunta que encabeza también puede ser un “no” argumentado. Tanto en catalán (IEC “Tenir una idea més o menys completa (d’algú o d’alguna cosa)”) como en castellano (RAE “Averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas”), conocer -o sea, adquirir conocimiento- conlleva necesariamente el uso de la facultad conocida como inteligencia (“Acció d’entendre alguna cosa amb la pensa / Capacitat major o menor de comprendre, d’aprendre, de resoldre situacions noves, etc.”; “Capacidad de entender o comprender / Capacidad de resolver problemas.”).

En las TIC encontramos siempre datos (millones de datos: hechos, artículos, libros, opiniones, ficciones, mentiras, interpretaciones, archivos… en blogs, diarios, fórums, homes de Universidades, Organizaciones de todo tipo, partidos políticos, sindicatos… todo ello, tomado uno a uno, son datos y nada más que datos, que se pueden o no corresponder con la realidad), cuando se nos dan formalmente estructurados (o si el dato es suficientemente complejo, cuando él mismo es una estructura formal de datos) con un sentido y un fin entonces tenemos información. La información, pues, precisa de un proceso cognitivo que le añada valor al mero dato. Pero la información no es conocimiento. Y el problema no radica sólo en que pueda ser falsa o tendenciosa, sino que debo entenderla y de alguna manera aprehenderla para que se convierta en conocimiento. Conocimiento que, sin importar la utilidad instrumental del mismo, por definición siempre será cultura.

Hemos hablado de la utilidad instrumental de un conocimiento, y es necesario matizar qué queremos decir al afirmar “sin importar la utilidad instrumental del mismo”. Todo conocimiento es útil si lo entendemos como resultado de aplicar inteligencia a información, y no sólo como el mero conocer (recordar de memoria) infinidad de datos. Las TIC tendrían ese conocimiento inútil resultante de una memoria inmensa sin fin ni sentido. El más iletrado de los pastores, y dicho con el respeto que me merece el yo no saber hacerlo, tendría el conocimiento útil de comprender los datos que la naturaleza pone a su alcance.

Decimos, pues, “sin importar la utilidad instrumental del mismo” refiriéndonos a lo que hoy la sociedad entiende por útil: ser eficaces en maximizar el beneficio a corto plazo y de forma idiota (por su etimología griega: visión egoísta), olvidando ser eficientes cuidando el beneficio a largo plazo y de forma política (por su etimología griega: visión pública). Esta puede ser una fuente del stress al que acertadamente hace referencia la socióloga Marina Subirats: la eficacia por encima de la eficiencia, el cortoplacismo táctico desplazando a una visión estratégica a largo plazo y lo privado por encima de lo público parecerían ser fuentes necesarias y suficientes para la aparición del stress. Pero volvamos al conocer.

Rafael Granero Chulbi said...

(2 de 2)

Saber TIC, saber nuevas tecnologías es útil… como herramienta, si no, obviamente, ¡no sabría contestar en este foro! Pero…¿El resto de conocimiento es inútil? Veamos.

Es imposible no apoyar el que se debe alcanzar un buen nivel de matemáticas, expresión oral y escrita y de un tercer idioma, como pide el ingeniero de telecomunicaciones, Antoni Brey, aunque deberíamos añadir necesaria e irrevocablemente: historia, política, filosofía, arte... Pero debemos preguntarnos ¿Para qué? ¿Para qué estudiar? ¿Para mejor reflexionar críticamente sobre el mundo o para mejor adaptarnos acríticamente al mundo? La competitividad sin fin ¿es una ley natural a la que o nos adaptamos o desaparecemos? El conocimiento inútil es aquél que, precisamente, nos sería muy útil para reflexionar sobre si el “adáptate o margínate” que se infiere de la aportación de Antoni Brey (aportación que no acabo de ver si es crítica con la situación actual o es una mera descripción acrítica) no es si no deshumanizante al reducirnos a meros animales enfrentados a un entorno hostil ante el cuál sólo cabe adaptarse o morir. Morir ignorantes de que precisamente es nuestra capacidad reflexionante, capacidad que no puede ejercerse sin conocer, la que el poder en la sociedad considera no ya inútil, sino peligrosa.

Tal y como Rafael Sánchez Ferlosio dice, hay dos saberes: saber qué es y saber a qué atenerse. Parece que nos quieran conocedores del saber a qué atenernos e ignorante de saber qué es. Tal vez por eso la sociedad del máximo conocimiento es también la sociedad de la ignorancia, pero no es una aporía: es real en sentidos distintos.

Con respecto a las emociones, Tu quoque, Brute, fili mi!... Este punto daría para otro comentario… o para una comida relajada.

Por cierto ¿tuviste oportunidad de atender a la conferencia de Ulrich Beck en el CCCB el pasado lunes, 14?

Un abrazo.

Rafa Granero

Rafael Granero Chulbi said...

Disculpen los lectores mi falta de pericia.

R.Granero

Gonçal Mayos Solsona said...

Estoy totalmente de acuerdo con Rafa Granero en que no es lo mismo: "información", "conocimiento" y "cultura". Además me parecen unas distinciones claves para moverse por la sociedad contemporánea, por lo que ahora mismo ya prometo un posterior blog dedicado a estas cuestiones.

Por ahora sólo quiero apuntar que la determinación o memorización de un dato ya es información (mala información si el dato es falso). Los "progres" muchas veces lo olvidamos y, por eso, menospreciamos culpablemente ese tipo meramente descriptivo y memorístico de información. Ahora creo que está en la base de todo, sin un mínimo de memoria y de datos bien fijados en ella es imposible que haya conocimiento ni cultura. Otra cosa es que estos se queden limitados a lo memorístico.

En cambio creo que cuando los datos y las informaciones simples "se nos dan formalmente estructurados" ya tenemos que hablar más bien de un estadio superior de la información: el conocimiento. Otra cosa es que la información o el conocimiento que no esté actualizado en y por el cerebro de algún humano están todavía inertes, "como muertos" y no son plenamente activos. Sólo la información y el conocimiento interiorizados por alguien humano es realmente productivo, creativo y plenamente efectivo (en eso por el momento los robots o las bases de datos no se valen por si mismo). ¡Vamos, creo!

Rafael Granero Chulbi said...

Haces muy bien, estimado Gonçal, al poner en valor la memoria. Aunque la inteligencia no sea reducible a la memoria, sin ella no hay inteligencia. Y aunque el conocimiento no dependa sólo de la inteligencia, sin ésta (y de retruque, sin la memoria) no hay conocimiento.

Me parece muy sugerente la distinción entre 'conocimiento muerto' (sería el que reposa en un buen -sea lo que sea `buen'- libro, ya que necesariamente lo produjo el conocimiento de alguien) y el 'conocimiento activo' (plenamente efectivo).

Por último, y retomando la imagen del pastor, los llamados (a veces demasiado dramáticamente, incluso histriónicamente) nativos digitales los veo como los críos de siempre ante la naturaleza. Me explico. Internet y la naturaleza muestran ante los asombrados ojos del nativo (internauta o indígena) todo lo que en su realidad existe.

Cualquiera de nosotros, posado en -ante- la naturaleza, puede ver todo lo que ella, impúdica, le muestra. Un nativo internauta también puede establecer esa relación pornográfica con Internet a través de sus buscadores: Internet le muestra todo sin atisbo de decoro. Caminando, o navegando, podemos poner al alcance de nuestros sentidos todo ¿implica eso que tenemos más conocimiento? Me temo que no.

Como decía en el post anterior, "el más iletrado de los pastores, y dicho con el respeto que me merece el no saber hacerlo, tendría el conocimiento útil de comprender los datos que la naturaleza pone a su alcance"... y por eso afirmo que "me temo que no", pues por sólo mirar la naturaleza sin nada más, y sin el concurso de los que ya tienen ese conocimiento necesario, dificilmente sabré leer algo de la naturaleza más allá de lo que marque el instinto.

El adanismo (el creer que todo empieza cuando uno mismo -o tu generación- llega: el saber, el conocer, la verdad...) sólo lleva a repetir los mismos errores para llegar a la misma situación... y eso si nos acompaña la suerte.

La memoria propia y el conocimiento -y experiencia- de los otros son un grado en el camino propio al conocimiento. Pero éste último, fuera de que seas un genio entre un millón, también alguien te lo tiene que transmitir.

Un abrazo.